"La Fiera Humana".

Capítulo 1

Mi tío constantemente le aconsejaba a mi padre, que me ingresara en el "Manicomio de la Castañeda". ¡Y pagó muy caro por ese consejo!


Esta es la historia de la "Fiera Humana", un caso estremecedor que conmocionó a la sociedad mexicana posrevolucionaria de 1929. Cabe mencionar que, en los anales de la criminología de la época, no existían registros de algo similar. Así que prepárense para que los remonte al pasado, donde les narraré los hechos con lujo de detalle. Para entrar en contexto, primero conozcamos un poco acerca de la vida de Luis Romero Carrasco, mejor conocido como "La Fiera Humana".

    Él era un "junior" de solo 21 años de edad, con muchos defectos y ninguna virtud. Era el clásico sujeto irresponsable, flojo, mantenido, desobligado, cínico, prepotente, engreído, arrogante, amante del dinero y de la buena vida, siempre a costa de sus padres. Además, era un acérrimo enemigo del trabajo. Le gustaba vestir bien, de preferencia de traje y con los zapatos bien lustrados. Soñaba con llevar siempre una vida de rico, ganar fuertes cantidades de dinero para gastarlo en marihuana, licor y prostitutas.

    Algo que tenía muy claro era que trabajando honradamente jamás lo conseguiría. Una de sus metas a corto plazo era independizarse, ya que no aguantaba escuchar los sermones del santurrón de su padre, quien, aconsejado por su tío, lo amenazaba constantemente con ingresarlo en el "Manicomio de la Castañeda".

    Por cierto, el tío no era otro que el millonario expendedor de pulque del Distrito Federal, propietario de las pulquerías "La Nave", "La Noche Triste", "El Beso de la Niña", "La Aduana del Pulque" y "La Lechuza". Me refiero al señor Félix Tito Basurto Romero, quien efectivamente no perdía la oportunidad de restregarle en la cara al señor Atenógenes Romero la mala conducta de su hijo, recomendándole una y otra vez que lo internara en el "Manicomio de la Castañeda".

    Sin embargo, en una ocasión la paciencia de Luis Romero llegó a su límite. Ya no estaba dispuesto a soportar a su tío. El solo hecho de verlo era suficiente para sentir cómo le hervía la sangre. Le daban ganas de golpearlo, y por qué no, hasta de matarlo. De modo que se le ocurrió la idea de matar dos pájaros de un tiro. Fue así que empezó a planear asesinarlo y, de paso, robarle su dinero junto con dos de sus secuaces. Luis sabía perfectamente que su tío guardaba el dinero de las cuentas de todas las pulquerías en su casa.

    Sin perder más tiempo, el 11 de abril de 1929 comenzó a estructurar el plan. Primero, se dirigió a un mercado ambulante ubicado a unas cuantas calles de su casa. Por supuesto, su intención no era precisamente comprar frutas y verduras.

    Ya habiendo llegado, caminó por varios metros abriéndose paso entre la gente y el bullicio, pasando por algunos puestos de ropa y otros tantos de comida, hasta que por fin encontró el de fierros. Se paró de frente y, por varios minutos, estuvo observando detenidamente los artículos exhibidos en el piso. Buscaba uno que pudiera servirle para llevar a cabo su plan. Cuando de pronto, a lo lejos, lo deslumbró a los ojos el reflejo de un enorme cuchillo, con una hoja de 15 centímetros de largo, que parecía perfecto. De inmediato, se agachó para ponerse de rodillas y, estirando su mano, logró alcanzarlo con la punta de los dedos. Ya teniéndolo entre sus manos, simuló usarlo para apuñalar a su tío. Luego, volteó a ver al señor que atendía el puesto y le dijo:

    —¿Cuánto quiere por el cuchillo, don?

    —¡Deme cinco centavos, jovenazo! —respondió amablemente el señor, con la esperanza de venderlo.

   —Le doy diez, y me llevo también la piedra para afilarlo —le propuso Luis, seguro de que aquel pobre hombre aceptaría.

   —Está bien... solo porque no me he persignado aún.

    Feliz por haber hecho esa acertada compra, se marchó con rumbo a las calles de Velázquez de León, en la colonia San Rafael, para reunirse con dos de sus secuaces: Luis Mares y Baldomero Tovar Miranda, personas de baja estofa, acostumbrados a hacer lo que fuera por dinero. Ya estando todos reunidos, él comenzó a explicarles el plan, que a simple vista parecía muy sencillo. No sin antes fumarse varios carrujos de marihuana y beber algo de licor.

    Pasaban los días y ellos seguían visitando lugares de mala muerte en compañía de prostitutas. Hasta que por fin, el día tan esperado llegó. Fue así como, siguiendo el plan al pie de la letra, se reunieron los tres maleantes en su guarida la noche del 16 de abril de 1929. En esa ocasión, solo fumaron marihuana, ya que tenían que levantarse temprano.

    Al día siguiente, el trío de hampones salió a las 6:30 de la mañana para abordar un automóvil de alquiler, con rumbo a la calle de Matamoros # 37, esquina con Artesanos, en la colonia Peralvillo, al domicilio de su tío, el señor Tito Basurto. Con el escaso tráfico de la época y por la hora, llegaron rápidamente, en tan solo diez minutos ya estaban afuera del domicilio. Después de pagarle al chofer del automóvil, descendieron los tres maleantes. Luis, de manera muy discreta, se acomodó el cuchillo que llevaba en la cintura, además de un tubo de aproximadamente 17 centímetros de largo.

    Posteriormente, caminaron unos cuantos pasos mientras sacaban de su bolsa del pantalón unos pañuelos que llevaban para cubrirse el rostro, ya que no querían ser reconocidos. Comenzaron a acercarse de manera sigilosa para tocar la puerta, cuando se percataron de que ésta se encontraba emparejada. Tan solo bastó con darle un pequeño empujón para que se abriera. El primero en entrar, cubriéndose el rostro, fue Luis Romero, quien de inmediato se encontró de frente con su tío, Tito Basurto. Rápidamente lo tomó por sorpresa amagandolo con el cuchillo y diciéndole.

    —¡Ven para acá, cabrón!, ¡ahora sí, ya te cargó la chingada!, ¡entréganos todo el dinero! —le dijo, demostrandole que estaba dispuesto a todo.

    —¡No tengo dinero! ¡Váyanse, o llamo a la policía!— contestó temeroso por su vida el señor Tito.

   —¡No te hagas pendejo, cabrón! ¡Vamos a tu despacho, que de seguro ahí guardas los centavos! —le increpó pegandole más el cuchillo al cuello.
   
    Acto seguido, se lo llevaron a empellones hasta su despacho, sin embargo, había muy poco dinero y juraba que no tenía más. Por supuesto, esto hizo enojar nuevamente a Luis, quien sin dudarlo, se retiró el pañuelo del rostro y sacó un tubo que traía guardado en la cintura del pantalón. De inmediato fue reconocido por el señor Tito, quien exclamó con asombro:

    —¡Dios mío! Pero, ¿qué estás haciendo, Luis?

    —¡Ahora sí, cabrón, tú y yo solos! ¡Ya me la debías! ¡A ver si tienes muchos huevos! —contestó amenazante, con la cara transformada en una fiera salvaje.

    Sin darle oportunidad a pedir clemencia, comenzó a golpearlo con el tubo en la cabeza una y otra vez, salpicando los muebles y las paredes de sangre, quería descargar toda su ira guardada por años. Mientras el señor Tito, le gritaba que parara, porque lo iba a matar, claro esta, que es lo que quería Luis, por eso le estaba dando esa brutal golpiza.

    Después de unos minutos, todo indicaba que el señor Tito Basurto ya se encontraba muerto en un enorme charco de sangre, con el cráneo deshecho y con pedazos de masa encefálica regada por todos lados, pero Luis, no dejaba de molerlo a tubazos diciéndole:

    —¡Maldito!, ¡muérete hijo de la chingada!, ¡muérete cabrón! —En tanto, los cómplices de Luis, como simples espectadores sonreían disfrutando de la carnicería, sin decir nada.

    A continuación, Luis se puso de pie y con su mano ensangrentada se levantó el pelo de la cara; su rostro aún se veía encendido. Con ganas de seguir saciándose de sangre, salió caminando con rumbo a la cocina, donde se encontró con una niña de tan solo 10 años de edad, llamada María de Jesús Miranda, que era nieta de la sirvienta que trabajaba en la casa. Rápidamente, la tomó de los cabellos para someterla e interrogarla:

    —¡Ven para acá, pinche escuincla!, ¿Dónde está mi tía Jovita? —La niña, bastante asustada, de inmediato se puso a gritar, y por supuesto, Luis comenzó a golpearla en el rostro— ¡Cállate, hija de la chingada o te mato! ¿Dónde está mi tía Jovita? ¡Contesta, cabrona!

    —¡Está arriba, en su recámara cambiándose!, !pero sueltamé, ya no me pegues¡—gritaba la niña, toda espantada.

    Luis, sin soltarla de los cabellos comenzó a golpearla en repetidas ocasiones en la cabeza, mientras que le brotaban chorros de sangre, como era de esperarse, la pobre niña gritaba aterrada por el dolor. Debido al escándalo, rápidamente salió la sirvienta de la casa y abuela de la niña, la señora María de la Luz Laguna, de 60 años de edad, que al ver esa escena dantesca gritó:

    —¿Pero qué está pasando aquí?

    Luis Romero rápidamente se volvió hacia sus secuaces y les gritó:

    —¡Mátenla a la cabrona!, ¡pero rápido, que no grite!

    Inmediatamente, los delincuentes se le fueron encima para a golpearla a puñetazos y patadas, pero, la señora no se callaba, al contrario, gritaba más fuerte pidiendo ayuda:

    —¡Auxilio! ¡Ayúdenme, que me están matando! —a lo que le increparon el par de hampones— ¡Verás como te callamos a tubazos hija de la chingada!

    Mientras todo esto sucedía, Luis se dirigió a la recámara de su tía, la señora Jovita Velasco Barreto, que se encontraba en la parte superior de la casa. Al entrar, se encontraron de frente, ya que la señora Jovita Velasco acababa de terminar de vestirse. Al verlo todo ensangrentado y con el cuchillo en mano exclamó:

    —¡Pero Luis! ¡Por el amor de Dios! ¿Qué estás haciendo?

    Su sobrino, sin medir palabras, la tomó de los cabellos y le dijo:

    —¡A ver hija de la chingada!, ¡me vas a decir!, ¿en dónde guardan el dinero?, o si no, ¡te voy a poner en la madre!

    Armándose de valor y temiendo por su vida, la señora Jovita le contestó.

    —Primero muerta, ¡méndigo marihuano!









"La Fiera Humana".

Capítulo 2

¡Luis Romero, mata a todos y huye con el botín!

Después de esa negativa, decidió torturarla hasta que le revelara dónde tenían escondido el dinero de su tío Tito Basurto. Mientras tanto, en la planta baja de la casa, el par de malandros había golpeado brutalmente a la señora Luz Lagunero, la sirvienta, que yacía en el piso junto a su nieta en un enorme charco de sangre. Seguidamente, los dos maleantes se limpiaban las manos ensangrentadas en sus ropas, para luego subir a la recámara y ayudar a Luis a buscar el dinero.

    Mientras tanto, la señora Jovita ya había muerto, víctima de la brutal golpiza que le había propinado Luis, por no haberle revelado dónde guardaban el dinero. A continuación, el siguiente paso sería simular que todo aquello había sido un robo. Para lograrlo, la amarró de pies y manos, le puso un pedazo de sábana en la cabeza, y por último, sacó su enorme cuchillo para asestarle puñaladas. No cabía duda de que la saña de sus actos haría palidecer incluso al asesino serial más despiadado.

    Posteriormente, prosiguió hacer lo mismo con los demás cuerpos, uno por uno, para rematarlas y hacerlas sufrir aún después de muertas. A los pocos minutos, regresó con una enorme sonrisa en el rostro y con el cuchillo aún ensangrentado, para pasar a la parte tan esperada por los delincuentes, encontrar el dinero.

    Comenzaron a buscar por toda la habitación, abriendo cajones, sacando toda la ropa, revisando adentro de las almohadas, por debajo de la cama y metiendo la mano entre el colchón. No les importaba que el cuerpo de la tía de Luis estuviera tendido sobre la cama, llena de sangre. Hasta que uno de los maleantes le dijo:

—Oye, Luis, ¿y si sacamos a tu tía de la recámara para poder buscar debajo del colchón? —preguntó uno de los maleantes.

—A lo que Luis contestó:

  —¡Tírala al suelo!, además, la muy cabrona no me quiso decir dónde guardaban los centavos. Y eso, que le di como treinta o cuarenta madrazos con el tubo, después, la agarré de las greñas y la azoté varias veces contra la piesera de la cama. ¡Con decirles, que de los madrazos hasta se orinó!, y para rematarla, la cosí a puñaladas a la muy perra, por eso quedó como costal de tripas y meados. Ja, ja, ja —rieron a carcajadas los tres maleantes, mientras la tiraban al suelo.

    Después de un rato, su búsqueda tuvo éxito, ya que encontraron una alcancía con $2,237.00 pesos y varias alhajas. Luis tomó de inmediato un veliz de cuero y comenzó a guardar el botín.
Por obvias razones, el trío de delincuentes no podía salir a la calle con sus ropas ensangrentadas, por lo que tomaron las mejores ropas del señor Tito Basurto para cambiarse.

    Luis era el que tenía más sangre, tanto en la cara como en las manos, por eso entró a la cocina y tomó una olla con agua tibia para enjuagarse. Mientras tanto, los otros dos hampones se limpiaban con los trapos humedos de la cocina. Después, los tres asesinos caminaron tranquilamente por el patio para emprender la huida, cuando de pronto se sobresaltaron al escuchar:

    —¡Tíííííto... tííto! —se trataba del "Loro" de la señora Jovita Velasco.

    Un lorito joven, muy pícaro, de cabeza amarilla y patas grises, que el señor Tito había comprado en el mercado de "La Merced". Aún no le habían puesto nombre, pero ya sabía decir de todo, desde "¡Viva Cristo Rey!", gritarles a las muchachas "adiós mamacitas", y hasta "Cabrones", "Culeros" y "Mariquitas". Además de otras leperadas que tanto desesperaban a la señora Jovita. El señor Tito lo había comprado con la finalidad de tenerlo en una de las pulquerías, donde podría aprender a hablar por sí solo, escuchando a los clientes, y convertirse en la atracción del lugar.

    Regresando con el trío de asesinos, después de sobreponerse al susto que les había causado el lorito, salieron muy quitados de la pena a la calle, se despidieron y cada quien tomó su camino, llevando consigo su respectiva parte del botín. Luis se dirigió caminando hacia los llanos de la colonia Verónica Anzures, pero a las pocas calles, recordó que el lorito de su tía Jovita repetía constantemente su nombre. Esto le causó preocupación, ya que si la policía llegaba a investigar y el lorito comenzaba a gritar su nombre, seguramente despertaría sospechas.

    De inmediato detuvo su marcha, ya que sabía que había dejado un cabo suelto. Se dio la media vuelta y regresó a toda prisa a la casa de su tío Tito, con la intención de silenciar al lorito. Y efectivamente, tenía razón. En cuanto entró a la casa, el lorito comenzó a gritar:

    —¡Ya llegó Luis el marihuano! ¡Ya llegó!

    Con eso bastó para que firmara su propia sentencia de muerte. Rápidamente, le dio un golpe a su jaula diciéndole:

    —¡Ya cállate cabrón! ¡Ya me tienes hasta la madre!

    Asesinarlo fue algo muy sencillo, solo bastó con sacarlo de su jaula y tomarlo con ambas manos. lo aplastó hasta que se escuchó como tronaban sus huesitos. Ya resuelto el problema, Luis retomó su camino a los llanos de la Verónica Anzures. Su andar era torpe y trastabillaba debido a los efectos de la marihuana. Con mucho esfuerzo sostenía el veliz que contenía parte de sus pertenencias y sus ropas desgastadas.

    Aprovechando que esos llanos estaban muy despoblados, sacó la ropa manchada de sangre y le prendió fuego, mientras tanto, se preparar para fumarse un carrujo de marihuana. Ya para ese entonces empezaba a oscurecer y seguía sin alimento, así que comenzó a buscar algo para comer en varios puestos de comida que había encontrado en el camino.

    Uno de ellos vendía unos ricos pambazos; rápidamente pidió dos, los cuales se devoró en minutos con el nuevo refresco tipo sidra-champán de manzana, "Sidral Mundet," bien frío.

    Ya con el estómago lleno y sin la preocupación de llevar esas ropas ensangrentadas en el veliz, se quedó pensativo por varios minutos. Sabía que debía actuar con cautela para no ser descubierto. Lo primero era esconder el veliz, ya que no podía llevarlo por las calles. Entonces, se le ocurrió visitar a una amiga de confianza que vivía en la calle de Tacuba. Ella podría guardárselo. Parecía una buena idea, así que se dirigió hacia allá de inmediato.

    Después de un rato de andar deambulando por las calles de la Ciudad de México, con los ojos enrojecidos por el efecto de la marihuana, comenzó a sentir que se le estaba pasando el efecto. Las rodillas le temblaban, el párpado del ojo izquierdo no cesaba de parpadear, y por su frente empezó a escurrirle un sudor frío. Su mente estaba confundida, y pensamientos inquietantes lo agobiaban, haciéndolo sentir cada vez más nervioso y balbucear incoherencias.

    —¡Me va a agarrar la policía y me van a arrestar!, ¡otra vez me van a encerrar en la "Cárcel de Belén"!, ¡no!, ¡no!, ¡yo no fui!, ¡fueron esos pinches rateros!, ¡ellos se metieron a robar y los mataron a todos!

    Ya cerca de la casa de su amiga, cruzó las vías del tren y caminó por la calle de Argentina hasta llegar a la dirección. Al llegar, se paró frente a la puerta y la tocó con insistencia en varias ocasiones, aún nervioso, la espera se le hacía eterna. Una joven mujer atendió su llamado, al abrir la puerta se sorprendió al ver a Luis. Sin darle tiempo a reaccionar, él le pidió con insistencia que guardara el veliz por unas horas, prometiendo regresar pronto a recogerlo. Sin permitirle decir palabra alguna, se despidió de la joven y se alejó caminando sin rumbo.

    Para ese entonces, la tarde comenzaba a caer y los efectos de la marihuana ya se le habían pasado por completo. Como era de esperar, Luis se sentía fatal. Ahora su destino sería ir a su casa para bañarse, comer y dormir un poco. Ya entrada la noche se encontraba más repuesto, después de haber dormido bastantes horas y haberse bañado. Además, la noche era joven y él se sentía el rey del mundo, con bastante dinero y droga. De modo que se arregló y se fue a divertir con prostitutas toda la noche en el cabaret "Cuba".

    Mientras que las cuatro personas que habitaban la casa marcada con el número 37 de la calle de Matamoros, en la colonia Peralvillo; yacían en el piso masacrados en un gran charco de sangre, y lo peor, es que nadie sabía nada de lo ocurrido.

    Entre las ideas descabelladas de Luis Romero, estaba la de irse a París, Francia, para conquistar a una mujer extranjera que lo mantuviera y así poder dedicarse exclusivamente a bailar, embriagarse y fumar marihuana. ¡Sí!, él pensaba que era un tipo guapísimo y que todas las mujeres lo deseaban, pero, por otro lado, uno de sus mayores miedos era volver a caer en "La Cárcel de Belén", donde había estado preso durante un par de meses, acusado de homicidio, por la muerte de su amigo Enrique Ortiz A.

    Luis lo había ultimado porque la novia de este se había negado a sus propuestas de amor. Incluso, en alguna ocasión les contó a sus amigos lo siguiente:

    —¡Pinche vieja, en venganza le maté al novio a la muy perra, nomás para aleccionarla!, ¡a ver si viuda, sigue haciendo desaires! Ja, ja, ja.

    Claro está, argumentó que fue por una riña y que solo actuó en defensa propia y sin alevosía.

    Llegó a trabajar como jicarero en una de las pulquerías donde su padre, el señor Atenógenes Romero, era socio del señor Tito Basurto, quien era su primo y cuñado de la señora Jovita Velasco, tía de Luis Romero.

    Era común que faltara a trabajar, llegara tarde, se emborrachara bebiendo pulque y se robara parte del dinero de la cuenta. Como pueden ver, no era el hijo modelo. Más bien, era un constante dolor de cabeza para sus padres, quienes trataban de brindarle todo para que no le faltara nada y se convirtiera en un buen hijo.

    Le gustaba mucho bailar. Incluso, en alguna ocasión, un editorialista lo llamó "Dandy de los cabarets del mundo subterráneo". Él frecuentaba la academia de baile "La Hebe", el cabaret "Cuba" y varios salones de baile, que en realidad eran escuelas del crimen donde vagos y desocupados planeaban toda clase de delitos. Además, estos lugares propiciaban la perdición de mujeres jóvenes e inexpertas, que con el pretexto de trabajar como meseras o profesoras de baile, eventualmente se prostituían y contraían el vicio de la embriaguez.

    Era una persona que constantemente mascaba chicle, no estudiaba ni trabajaba, era el clásico joven sin oficio ni beneficio. Tan solo en la ocasión en que estuvo preso, sus padres tuvieron que endeudarse para reunir una fuerte suma de dinero que les pidieron para liberarlo. Además, había estado en correccionales para menores en varias ocasiones. Sin embargo, nada de lo que había hecho anteriormente se comparaba con lo que había ocurrido ese día.

    De tal suerte que, a partir de ese momento, Luis Romero sería conocido por los capitalinos como "La Fiera Humana".









"La Fiera Humana".

Capítulo 3

¡La policía descubre los cadáveres!


Mientras que Luis se divertía bailando con prostitutas, embriagándose y fumando marihuana con sus amigos en el cabaret “Cuba”.

El joven Tomás Mejía Torres, jicarero en la pulquería "La Aduana del Pulque", propiedad del señor J. Félix Tito Basurto Romero, estaba muy preocupado por su patrón. Le parecía extraño que en dos días no se hubiera presentado a la pulquería para recoger el dinero de la cuenta, como acostumbraba hacer. Pensó que quizá algo malo le había pasado, así que acudió de inmediato con la hermana del señor Tito, la señora Guadalupe Basurto.

Pero ella tampoco sabía nada de su hermano, por lo que decidieron buscarlo personalmente en la casa de Matamoros # 37, en la colonia Peralvillo. Al llegar, notaron que la casa parecía abandonada, como si sus ocupantes hubieran salido de viaje. Comenzaron a tocar la puerta insistentemente, pero nadie respondió a su llamado. Preocupada, la señora Guadalupe Basurto empezó a gritar:

-Titooooo!, -¡Jovitaaaa!

A continuación, comenzaron a asomarse por las ventanas de la casa sin lograr ver nada fuera de lo normal. Luego, se asomaron por una de las ventanas que daba a la calle de Artesanos, ya que la casa estaba en esquina. La escena que ambos observaron era para dejar sin aliento a cualquiera, lograron ver los pies del señor Tito Basurto, quien yacía en el piso de su despacho, rodeado de un gran charco de agua sangre.

Mientras tanto, poco después de las 8:00 de la mañana, el señor José Lugo caminaba por la calle de Matamoros con rumbo al edificio de la "Quinta Comisaría de Policía", que se encontraba a solo unas cuadras de la casa del señor Tito. De repente, observó a un grupo de señoras que se asomaban insistentemente por la ventana de la casa, mencionando que en su interior había una persona muerta.

Inmediatamente se acercó a la ventana y, al asomarse, pudo constatar con horror que, efectivamente, se trataba de una persona muerta en el suelo. Sin perder más tiempo, corrió a dar aviso a la comisaría.

No tardaron más que unos minutos en llegar al domicilio el comisario Florentino Albo, el oficial de barandilla Luis M. Rodríguez, el detective Valente Quintana, seguidos del personal de la "Sección Médica" y varios agentes del "Servicio Secreto". Para entrar a la casa, los agentes del "Servicio Secreto" tuvieron que trepar por una azotea vecina, ya que la puerta se encontraba atrancada. Mientras tanto, varios agentes de policía comenzaron a cortar con una sierra los barrotes del ventanal que daba al comedor, para luego romper los vidrios e ingresar al interior de la casa.

El olor a sangre fresca impregnaba el ambiente y alborotaba al enjambre de moscas que se esparcían por toda la casa. La escena era dantesca. Un gesto de horror se reflejó de inmediato en el semblante de los agentes. El primero en encontrarlo tendido en un charco de sangre, fue el cuerpo sin vida del señor J. Félix Tito Basurto Romero, el cual, había sido golpeado de manera brutal con un tubo en la cabeza, además, presentaba múltiples heridas en el cuerpo causadas con un feroz puñal.

Al adentrarse más en la casa, los agentes tropezaron con los cuerpos sin vida de la señora María de la Luz Laguna de 60 años de edad, y el de su nieta la niña María de Jesús Miranda de tan solo 10 años, ambas empleadas domésticas, los dos cuerpos presentaban lesiones mortales.

En aquel macabro recorrido, el comisario Florentino Albo y sus acompañantes subieron a las habitaciones de la planta alta, encontrando en una de ellas el cuerpo sin vida de la señora Jovita Velasco, que vivía en concubinato con el señor Tito. Éste se encontraba, al igual que los otros cuerpos, tirado en el piso en un charco de sangre, permanecía boca arriba maniatado de pies y manos, además, tenía envuelta la cabeza con un trozo de sábana, que al retirarlo, se logró apreciar que estaba deshecha y la cara desfigurada, a causa de la brutal golpiza recibida.

En cuanto los peritos comenzaron a realizar la inspección del domicilio, notaron que faltaban dinero y joyas, por lo que dedujeron que el móvil de los homicidios había sido el robo. Asimismo, todo en la casa se encontraba en desorden, los roperos estaban abiertos, la ropa estaba esparcida por todos lados, los estuches de alhajas estaban vacíos y un veliz de cuero estaba abierto.

Mientras tanto, los peritos seguían buscando pistas en la escena del crimen. Encontrando un enorme cuchillo ensangrentado con una hoja de aproximadamente 15 centímetros, cuyo mango aún contenía huellas visibles de sangre. Aademás, debajo de una mesa encontraron un pedazo de tubo de aproximadamente 18 centímetros de largo, con costras evidentes de sangre, materia encefálica y cabellos, pero, lo más importante, eran dos huellas dactilares del posible asesino, de inmediato fue enviado al recién creado departamento de dactiloscopía.

Por último, se procedió al levantamiento de los cuatro cuerpos, incluido el del lorito, para ser trasladados al Hospital Juárez.

La gente, así como los mismos policías, se preguntaban.

-¿Qué fiera atacaría de forma tan despiadada a cuatro indefensas personas?, -¿Cuáles serían los motivos que lo orillarían a matar al lorito?

Todo esto llevaría a los agentes de policía a concluir que los responsables tenían que ser conocidos del señor Tito, ya que no había indicios de que se hubieran forzado las cerraduras.

Por su parte, el comisario Florentino Albo y sus acompañantes coincidían en la hipótesis de que el móvil de aquel misterioso asesinato había sido el robo, ya que era bien sabido que el señor Tito Basurto tenía diversas propiedades, como el rancho "El Carrizal", varias pulquerías, la casa de la calle de Aluminio # 32, la de Matamoros # 37, además de pulquerías en sociedad con su primo, el señor Atenógenes Romero, padre de Luis Romero.

En las indagatorias, la señora Guadalupe Basurto comentó a los oficiales de policía que su hermano, el señor Tito, no era una persona que recibiera gente en su casa.

Por otra parte, el joven Tomás Mejía, quien trabajaba como jicarero en una de las pulquerías del señor Tito, mencionó lo siguiente en sus declaraciones:

—La señora Jovita Velasco tiene un sobrino llamado Pedro Hidalgo, a quien para ayudarlo a tener trabajo, le compró un automóvil Ford último modelo, con la finalidad de meterlo como automóvil de alquiler y que él mismo lo trabajara de chofer.

Esto lo hacía el principal sospechoso, ya que visitaba diariamente a primera hora de la mañana la casa de Matamoros # 37, para entregarle la cuenta de 6 pesos a su tía Jovita Velasco.

Por supuesto, esta situación incomodaba mucho al señor Tito y era motivo de discusiones constantes con la señora Jovita. Inclusive, en las pesquisas se logró saber que días antes, habían tenido una fuerte discusión el joven Pedro Hidalgo y el señor Tito Basurto. Esto hacía suponer a los detectives que podría tratarse de un "ajuste de cuentas", por esta situación. Ese mismo día, por la noche, fue detenido el sobrino de la señora Jovita Velasco por agentes del "Servicio Secreto".

Por su parte, la señora Guadalupe Basurto acusaba a su sobrino Arnulfo Basurto, debido a que en alguna ocasión habían tenido problemas por asuntos de negocios. Para ser más precisos, el joven Arnulfo Basurto había encargado de buena fe su rancho "El Carrizal" a su tío, el señor Tito, quien, abusando de su confianza, se había quedado con él, lo que consideraba un motivo suficiente para querer asesinarlo.

No cabía lugar a dudas de que, debido a su temperamento, o más bien dicho, a su manera de ser, el señor Tito se había ganado la enemistad de algunas personas, incluso de miembros de su propia familia.

Debido a la complejidad del caso y la cantidad de posibles sospechosos, los agentes de policía se vieron obligados a detener al joven Tomás Mejía y a la señora Guadalupe Basurto el día 18 de abril de 1929.

Esto obedecía a que las sospechas recaían en el joven Tomás Mejía por varias razones, recordemos que trabajaba como jicarero en la pulquería "La Nave", lo que le permitía conocer perfectamente todos los movimientos de su patrón; además, estaba al tanto de los depósitos bancarios, se enteraba de todos los negocios de éste y, por si fuera poco, fue el primero en llegar a la casa y descubrir por la ventana el cadáver del señor Tito Basurto.










"La Fiera Humana".
Capítulo 4

¡Luis Romero confiesa su horripilante crimen!

Ya detenido, se le pidió que se desvistiera y entregara sus ropas, las cuales fueron sometidas a varias pruebas de laboratorio. Los resultados fueron entregados rápidamente, y en ellos se decía básicamente que en el traje de mezclilla que portaba se podían apreciar unas manchas que inicialmente se creyó que podrían ser de sangre. Sin embargo, después de un examen detallado en el gabinete de identificación, se comprobó que esas manchas eran de grasa, lodo y otras sustancias, pero no de sangre.

En su declaración, mencionó que la última vez que vio con vida al señor Tito Basurto fue a las 7:00 de la mañana del miércoles 17 de abril de 1929. Le pareció muy extraño no haberlo visto en todo el día, ni tampoco al día siguiente, cuando debía ir a recoger la cuenta. Por ese motivo, acudió con la señora Guadalupe Basurto y posteriormente, ambos se trasladaron a la casa de Matamoros # 37, donde descubrieron el cadáver de su patrón.

No obstante, también recaían las sospechas en la señora María Guadalupe Basurto, debido a los señalamientos que había hecho, según los cuales su sobrino Arnulfo Basurto había jurado matar a su tío por haberle robado el rancho "El Carrizal", mencionándolo textualmente de la siguiente manera:

—Además, me pensé que podría ser un sobrino de Tito y mío que se llama Arnulfo Basurto, porque éste estaba enojado con Tito, por haberle quitado una hacienda que le había encargado, sabiendo que este muchacho había ofrecido matar a mi hermano.

Los agentes del "Servicio Secreto" sabían perfectamente que debían darse prisa para atrapar a los asesinos. Cumpliendo con su cometido, ese mismo día por la noche llevaron detenidos ante el agente del Ministerio Público a los hermanos Luis y Francisco Romero Carrasco, sobrinos del señor Tito Basurto. Al ser cuestionados sobre su posible participación en el crimen, negaron rotundamente saber algo al respecto.

Posteriormente, el 19 de abril de 1929, también fueron detenidos otros familiares del señor Tito que resultaron sospechosos. Entre ellos se encontraban su legítima viuda, la señora María Polo, de la que ya estaba separado; su hermano, el señor Plácido Basurto; sus cuñadas, Paula y Margarita Velasco Barreto; la hermana del jicarero de la pulquería "La Nave", la señorita Julia Mejía Torres; la señora J. Guadalupe Rodríguez, y el señor Agustín Nieto y Vía.

Cuando se le tomó declaración al señor Plácido Basurto, en el interrogatorio mencionó lo siguiente:

—Yo supongo que podrían haber cometido el crimen mis sobrinos Arnulfo Basurto y Leopoldo, ya que este par tienen pésimos antecedentes, tomando en cuenta que había rencillas entre Tito y Arnulfo.

Pero con el paso de los días, el caso se volvió cada vez más confuso y complicado. Incluso se llegó a especular que podría tratarse de un crimen pasional entre la señora Juana Carrasco, madre de Luis Romero, y el señor Tito Basurto. Aunque esto no se pudo comprobar, la especulación llegó a publicarse en un periódico estadounidense.

Una publicación del periódico “El Tucsonense” del 23 de Julio de 1929, mencionaba textualmente lo siguiente:

“Romero Carrasco mató a su propio padre”.

“México 16 de julio. —El señor Pablo Meneses jefe de la policía reservada de esta capital, ha revelado nuevos detalles que logró obtener relativos a la tragedia de la calle de Matamoros, y que son completamente horripilantes."

"Por esos detalles, se viene en el conocimiento de que Luis Romero Carrasco, “El Cavernario Asesino”, es hijo de su víctima el rico pulquero Félix Tito Basurto."

"Una persona que se dice bien informada acerca de este asunto, aseguró al señor Meneses, que existieron relaciones amorosas ilícitas entre el extinto Félix Tito Basurto y la señora Juana Carrasco, esposa de Atenógenes Romero y madre de Luis Romero, de lo que se viene en consecuencia, que Luis es el asesino de su propio padre."

"Esta revelación, que fue hecha por persona que expresa estar muy bien enterada de la vida de la familia Basurto y Romero Carrasco, viene a dar nuevo giro a la averiguación y a producir natural desconcierto, en los que las han estado dirigiendo desde que se descubrió el terrible crimen de la calle de Matamoros”.

Como podemos ver, la noticia de "La Fiera Humana" trascendía fronteras.

A pesar de esto, el principal sospechoso seguía siendo el sobrino de la señora Jovita, el joven Pedro Hidalgo, ya que en los estudios realizados le habían encontrado restos de sangre debajo de las uñas. Además, en sus declaraciones se había contradicho al mencionar su ubicación el día y hora de los asesinatos, lo que hacía que todo estuviera en su contra.

Para el 25 de abril de 1929, finalmente se obtuvieron los resultados del departamento de dactiloscopía, que revelaron una coincidencia de 14 puntos entre la espiral de dos dedos de la mano derecha de Luis Romero.

En un titular del periódico “El Universal” del 25 de abril de 1929, mencionaba lo siguiente:

“El asesino de Matamoros, descubierto.”

Otro titular más, pero del periódico “Excélsior” del 25 de abril de 1929, mencionaba lo siguiente:

“L. Romero Carrasco, responsable”.

La calurosa noche del jueves 25 de abril de 1929, Luis Romero estaba detenido en uno de los separos de la Jefatura de Policía. En ese momento, se sentía confundido y mil pensamientos pasaban por su mente. Lo que más lo inquietaba era que se había dado cuenta de que, poco a poco, todos los sospechosos que habían estado detenidos con él habían sido liberados, pero él seguía detenido por obvias razones.

Todo eso lo tenía demasiado estresado, y si tomamos en cuenta que no había fumado marihuana en varios días, pues ya se pueden imaginar que parecía “León enjaulado”, caminaba de un lado para a otro, se acostaba y se volvía a parar. Podía pasarse horas enteras agarrado de los barrotes de su celda, observando las paredes y el techo. Como era de esperar, la presión a la que estaba sometido hacía que no quisiera comer.

Aunado a toda esta presión, le habían mostrado los resultados del departamento de dactiloscopía, donde le dijeron cara a cara, que esas eran las pruebas que lo incriminaban y que pasaría el resto de su vida tras las rejas. Él, por supuesto, que negó todo, pero estaba consciente de que si eran sus huellas digitales, por eso, se dio a la tarea de tallarse los pulpejos de los dedos contra la pared, o sea, las yemas de los dedos, esto con la finalidad de borrarlas para no ser reconocido.

Pero eso realmente no le serviría de nada, ya que la policía ya contaba con registros de tiempo atrás, cuando él había estado preso en la cárcel de Belén. Además, el departamento de dactiloscopia ya había confirmado que él era el asesino. Y si esto fuera poco, las numerosas evidencias en su contra eran abrumadoras. En una de las pesquisas realizadas por los agentes del "Servicio Secreto", se entrevistaron con un hombre que aseguró haberle vendido tiempo atrás el tubo con el que habría golpeado a sus víctimas.

De modo que, lleno de dudas y remordimientos, no aguantó más y le gritó a uno de los policías: —¡Poli! ¡Poli! ¡Poli! —¿Qué pasó, Luis? —le preguntó el policía. —Dígale al detective Valente Quintana que lo quiero ver, que voy a confesar toda la verdad, porque ya quiero que todo esto termine. De inmediato, se contactó al detective para comunicarle lo que había dicho Luis. En cuanto se enteró, sin perder un segundo, preparó sus cosas y se fue directo a la "Jefatura de Policía", ya que no podía perder la oportunidad de que el delincuente confesara sus crímenes.

Mientras tanto, en la jefatura ya estaban preparando todo lo necesario para su llegada. En cuanto lo vieron llegar, rápidamente dieron la orden a un par de agentes para que trajeran al detenido ante el detective, ya que no había tiempo que perder. Tan solo unos minutos después, los agentes llegaron con Luis Romero, esposado de las manos por seguridad. De inmediato, lo sentaron en una de las sillas, frente al detective Valente Quintana, cara a cara, para que comenzara a confesar sus horripilantes asesinatos. También estaban presentes el agente del "Ministerio Público", varios agentes del "Servicio Secreto" y un secretario para transcribir su confesión. A las 22:00 horas, Luis Romero comenzó a narrar los hechos ocurridos la mañana del 17 de abril de 1929 en la casa de Matamoros # 37.

Transcurrían las horas y Luis seguía en el interrogatorio, respondiendo las preguntas que le hacían los presentes. Parecía que eso nunca iba a terminar, ya que se había hecho de madrugada y no se dejaba de escuchar el repiqueteo de la máquina de escribir. Así siguieron sin descanso, sin importar el agotamiento, hasta que por fin terminaron al día siguiente, a las 12:00 horas del viernes 26 de abril de 1929. Habían transcurrido 16 horas ininterrumpidas, durante las cuales el psicópata asesino había relatado con lujo de detalle todos los pormenores de los asesinatos.










"La Fiera Humana".

Capítulo 5

¡Luis Romero, es llevado a la escena del crimen y narra con lujo de detalles, cómo asesino a sus víctimas!

Parte del interrogatorio sucedió de la siguiente manera:

—A ver, Luis, confiesa, ¿Asesinaste al señor J. Félix Tito Basurto Romero?, —le preguntó uno de los agentes del "Servicio Secreto."

—Sí. —Contestó Luis.

—¡Sí o no, por favor! —le increpó el agente.

—Sí. —Aseveró Luis con firmeza y agregó.

—Asesiné a mi tío por rencor, ya que siempre andaba extorsionando a mi padre por cuestiones de negocios. —Y a mí no me bajaba de marihuano y holgazán. —Y como trabajaba de jicarero en una de sus pulquerías, pues me humillaba el muy cabrón.

—¿Y por qué asesinaste a la señora Jovita Velasco y a las empleadas domésticas? —Le preguntó el agente del "Ministerio Público."

—Las maté porque me habían reconocido, además, tenía que simular un robo, por eso me llevé las joyas y el dinero. —Confesó Luis.

—¿Los asesinaste a los cuatro golpeándolos en la cabeza con un tubo? —Le preguntó el detective Valente Quintana.

—Si señor, así fue. —Contestó Luis asintiendo con la cabeza.

—Esto quiere decir que después de que los golpeaste, ¿Quedaron muertos en ese momento? —Le cuestionó el detective.

—Después de un buen rato, la sirvienta y mi tío aún seguían con vida, por eso los tuve que rematar. —Confesó cínicamente Luis.

—A ver, déjame entender, eso quiere decir que ahora sí, ¿en ese momento ya se encontraban muertas las cuatro personas? —Le volvió a preguntar el detective.

—¡Si!, en ese momento ya estaba muertas las cuatro personas. — Respondió Luis mirando fijamente a los ojos al detective Valente Quintana.

—Entonces, si ya se encontraban muertas, ¿Por qué los apuñalaste? —Le cuestionó fuertemente el detective.

En ese momento, Luis Romero se había quedado mudo; parecía que le habían echado una cubetada de agua helada en la cabeza. Nunca se esperó ese cuestionamiento por parte del detective.

De pronto, intervino el agente del "Ministerio Público para preguntarle.

—¿Qué pasó Luis, por qué te quedaste tan callado?

—La verdad fue para simular un robo. —Respondió muy agobiado Luis.

—A ver Luis, dinos la verdad. En esos instantes ¿te encontrabas bajo los efectos de la marihuana? —Le preguntó nuevamente el agente del "Ministerio Público.

—Si. — Respondió cabizbajo Luis.

—Bien, ahora cuéntanos: ¿Por qué mataste al “Loro”? —Le preguntó un agente del "Servicio Secreto."

—Porque el muy cabrón me hubiera delatado. No dejaba de repetir mi nombre todo el día, y en cuanto me veía, gritaba: "¡Ahí viene Luis el marihuano!", y por eso le di en la madre. — Contestó sin remordimiento alguno.

Y, por difícil que parezca de creer, él solo se había adjudicado toda la responsabilidad de los homicidios, es decir, ¡negó haber tenido cómplices!

En un titular del periódico “Excélsior” del 27 de abril de 1929, mencionaba lo siguiente:

“Luis Romero Carrasco confiesa su crimen y dice que nadie lo ayudó”.

Otro titular más, pero del periódico “El Universal” del 27 de abril de 1929, mencionaba lo siguiente:

“Luis Romero Carrasco dice cómo mató”.

Por otro lado, al señor Atenógenes Romero, padre de Luis Romero, le había tocado la difícil tarea de identificar el cuerpo desfigurado de su socio y primo, el señor Tito Basurto, y el de la señora Jovita Velasco, en el anfiteatro del Hospital Juárez. La impresión que se llevó fue enorme; de inmediato se le revolvió el estómago, ya que no podía asimilar que su hijo fuera el responsable de aquella carnicería humana.

Ya para el sábado 27 de abril de 1929, todos los sospechosos, quienes en su gran mayoría eran familiares del señor Tito Basurto, habían sido puestos en libertad. Esto se debió a que no se les había podido comprobar su participación en la horripilante tragedia.

El domingo 28 de abril de 1929, a primera hora, Luis Romero fue llevado al lugar de los hechos, es decir, a la calle de Matamoros # 37 en la colonia Peralvillo, donde el juez primero de instrucción realizó la diligencia, acompañado por el general José Mijares Palencia y el detective Valente Quintana.

Además de una comitiva de agentes de policía, agentes del "Servicio Secreto" y reporteros acompañados de sus respectivos fotógrafos. Algo evidente que se podía apreciar en Luis Romero era que había cambiado su actitud; ya no era el mismo prepotente, altanero y déspota, sino todo lo contrario: se le veía cabizbajo y moralmente deshecho.

Incluso, estaba muy condescendiente al narrar y mostrar a los agentes de policía cómo se fueron desarrollando los asesinatos, mencionando la forma en que los había masacrado a tubazos y cómo los había rematado cosiéndolos a puñaladas. Por supuesto, las personas presentes palidecían ante la narrativa del psicópata asesino.

A las afueras del domicilio, se calculaba que había aproximadamente trescientas personas, entre hombres, mujeres y niños, que querían conocer al asesino desalmado que había masacrado a las cuatro personas indefensas, y pedían a gritos que se lo entregaran para despedazarlo.

—¡HAY QUE LINCHAR A LA "FIERA HUMANA"!, —¡MÁTENLO AL DESGRACIADO!

Gracias a los agentes y al detective Valente Quintana, Luis Romero no fue linchado en ese momento por la multitud que clamaba justicia. Mientras tanto, en el interior de la vivienda, solo podían estar presentes personas acostumbradas a ver ese tipo de escenas tan dantescas.

En el piso se encontraban enormes charcos de sangre ya seca, huellas de manos ensangrentadas en las paredes, mechones de cabello y pedazos de masa encefálica. Donde días antes se habían encontrado los cuerpos ya sin vida de cuatro personas inocentes, además de plumas verdes regadas en el piso pertenecientes al “Lorito”.

Todo esto generó en Luis muchísima presión, al grado que estalló en un llanto inconsolable que duró diez minutos.

Después de todo un día agotador, donde habían estado recabando información y evidencias, por fin, la comitiva de agentes regresó a la Jefatura de Policía, donde el juez primero y el detective Valente Quintana rindieron su declaración, en la que manifestaron hallarse convencidos de que, efectivamente, después de la reconstrucción de los hechos, el único asesino había sido Luis Romero.

Por su parte, el asesino confeso fue encerrado inmediatamente en su celda de los separos. Al día siguiente por la mañana, sin dar aviso a la prensa, Luis Romero fue trasladado a la "Cárcel General de Belén" por segunda ocasión. Recordemos que la primera vez se le acusó de haber asesinado a su amigo, pero gracias a que su padre dio mucho dinero, lo había logrado liberar a los pocos meses. Sin embargo, en esta ocasión, al parecer no sería tan fácil sobornar a las autoridades por un cuádruple asesinato.

De modo que no le quedó más remedio que permanecer en su celda en espera de su juicio. Lo bueno era que, después de su confesión en la que aceptaba su total culpabilidad, de inmediato se procedió a formar el proceso judicial en su contra.

El juez designado fue el licenciado Ramiro Estrada. El agente del "Ministerio Público" fue el licenciado Juan López Moctezuma. El defensor de oficio asignado a Luis Romero fue el licenciado Eduardo Xicoy, quien al poco tiempo abandonó la causa, ya que solicitó una licencia de su cargo por enfermedad. En su lugar fue nombrado el licenciado Raúl Banuet, pero estando consciente de lo difícil de la causa, también se le encomendó al licenciado Faustino Guajardo.

Pero la arrogancia y sus aires de grandeza que caracterizaban a Luis Romero hicieron que despreciara a los abogados de oficio y solicitara un abogado de paga; pero no quería a cualquiera, quería al mejor. Y como siempre, su familia, haciendo un gran esfuerzo y cumpliéndole todos sus caprichos, consiguió que lo defendiera un reconocido defensor de causas difíciles, nada más y nada menos que el licenciado "Querido Moheno".

Uno de los licenciados más prestigiados de la época había sido diputado durante el régimen del general Porfirio Díaz y posteriormente ocupó varios cargos públicos en los gobiernos de Francisco I. Madero y Victoriano Huerta. Además, era un gran orador desde la tribuna parlamentaria. Difícilmente perdía un caso, y en los últimos años había obtenido tres absoluciones en casos muy difíciles, el de Alicia Olvera en 1923, el de María del Pilar Moreno en 1924 y el de Nydia Camargo Rubín en 1926, todas acusadas de homicidio.

En una ocasión, un reportero le preguntó al licenciado Moheno:

—¿Por qué aceptó defender a Luis Romero?

A lo que respondió:

—Acepté porque la madre del señor Romero me lo pidió de rodillas. Además, considero que todo criminal debe ser defendido, ya que el derecho de defensa es noble y sagrado. Y, claro está, no intentaré que el crimen quede impune, sino que trataré de obtener la mayor benevolencia posible para el señor Romero.

En un titular del periódico “Excélsior” del 6 de mayo de 1929, mencionaba lo siguiente:

“El Lic. Querido Moheno defenderá al criminal Luis Romero Carrasco”.

Por otro lado, tras concluir las diligencias del proceso de instrucción en contra de Luis Romero, se estableció el mes de junio como fecha tentativa para efectuar el juicio.










"La Fiera Humana".

Capítulo 6

¡Luis Romero, se fuga de la “Cárcel de Belén”!

Mientras todo esto sucedía, los principales periódicos daban cuenta del día a día de los acontecimientos relacionados con este crimen, del cual no se tenían registros de algo similar en los anales de la criminología.

Por ejemplo, en uno de los titulares del periódico “La Prensa” mencionaba lo siguiente:

“En esta vez, la policía ha estado a la altura de las grandes policías y merece bien de la sociedad, porque ha privado a ésta de uno de los criminales más peligrosos de México”.

Y esto que mencionaba el periódico no era ninguna mentira, pues la sociedad y las mismas autoridades reconocían el trabajo tan excepcional que había realizado durante los nueve días el profesor Benjamín Martínez, jefe de la oficina de Identificación, y sus ayudantes Beltrán y Quijano, quienes trabajaron incansablemente hasta lograr que el asesino quedara convicto y confeso de su cuádruple crimen. También se reconoció una vez más al elogiado detective mexicano, no solo por sus superiores, sino por la sociedad en general, al señor Valente Quintana, quien días antes ya había logrado esclarecer el entramado del crimen.

Mientras tanto, todo el mes de junio había transcurrido prácticamente sin mayores novedades en el caso. Lo único relevante fue que Luis Romero había presentado un documento en el que declaraba que no se presentaría ante el jurado, ya que se acogía al "Artículo 27 del Código de Procedimientos Penales" que le otorgaba ese derecho. Además, calificó las audiencias del proceso como un "simulacro" y un "sancocho", en el que predominaba el sensacionalismo. Los diarios especularon rápidamente que la negativa de Luis Romero no era más que una nueva estrategia de su abogado para ganar tiempo.

En un titular del periódico “Excélsior” del 28 de junio de 1929, mencionaba lo siguiente:

“Romero Carrasco se niega a asistir al jurado”.

Ante la constante negativa por parte de Luis Romero, el juez Ignacio Bustos declaró a la prensa lo siguiente:

—Ante la negativa del señor Romero, de ser necesario, ¡será llevado por la fuerza al Salón del Jurado en el Palacio Penal de Belén!

Este caso conmocionó sin duda a la sociedad mexicana y muchas personas querían conocer a "La Fiera Humana". La actriz María Tubau fue una de ellas, que visitó a Luis Romero en su celda.

Según la publicación del 7 de mayo de 1929 en "El Informador", María Tubau celebró una entrevista con Luis Romero Carrasco en Belén, y estuvo conversando con él por algún tiempo, mientras Carrasco se mostraba tranquilo y cínico, como siempre.

Sin embargo, un suceso inesperado alteró el curso de los acontecimientos, el 1 de julio de 1929, la celda de Luis se encontraba vacía, para sorpresa de todos.

¡Se había escapado!

Al parecer, la fuga se había llevado a cabo en la madrugada. De inmediato, comenzaron las pesquisas al interior de la cárcel, ya que la policía dedujo que Luis Romero había contado con la complicidad de otros presidiarios y seguramente de algunos guardias. Rápidamente, se mandó a imprimir cientos de carteles con sus características físicas y señas particulares, que mencionaban que mascaba chicle, frecuentaba cabarets y le gustaba mucho bailar.

Pero lo más importante era que se ofrecía una recompensa de $1000 pesos a quien lo capturara, una verdadera fortuna para la época. También se advertía que cualquier persona que lo ocultara o le brindara ayuda sería condenada a 10 años de cárcel. Estos carteles se colocaron en las principales calles y avenidas de la República Mexicana. La respuesta ciudadana no se hizo esperar, ya que mucha gente quería la recompensa. Así que, durante semanas, la policía estuvo recibiendo numerosos avisos de todo el país, que mencionaban saber dónde se escondía el prófugo, pero desafortunadamente todos esos avisos resultaron ser falsos.

Pero una de las tantas líneas de investigación hacía suponer a la policía que Luis se había ido a esconder al estado de Hidalgo, ya que al parecer tenía familiares ahí, o quizás se había ido a Guatemala.

De la agencia de noticias estadounidense “The Associated Press”, salió una publicación en el periódico “El Tucsonense” que decía textualmente lo siguiente:

“Se sabe que Romero Carrasco se encuentra en la Habana”

"La Habana 15 de Julio. —Dos detectives mexicanos auxiliados por la policía cubana, se dedican a localizar a Luis Romero Carrasco, que huyó de México por Veracruz, acusándose de haber dado muerte a cinco miembros de una familia”.

En aquellos años, al igual que hoy en día, era común que las noticias en los periódicos fueran inexactas. Como se puede apreciar aquí, en lugar de mencionar que fueron cuatro miembros de una familia, se menciona que fueron cinco. Además, no todos eran miembros de la familia, ya que dos eran las sirvientas.

Por otro lado, el jefe de la policía judicial, Francisco García, había investigado algunas pistas que lo llevaron a suponer que Luis podría estar en el rumbo de Tacubaya. Esto se debió a un reporte que aseguraba haber visto a un hombre "embozado", es decir, con el rostro cubierto desde la parte inferior hasta las narices o los ojos.

Pero también había otro reporte de un empleado del servicio postal mexicano, un cartero, que mencionaba que en un domicilio ubicado en la calle de Juan Cano # 70, también en Tacubaya, llegaban cartas dirigidas a nombre de un tal Luis Romero.

Por lo tanto, se comisionó a tres agentes de policía para que realizaran las investigaciones correspondientes. Dichos agentes estuvieron montando guardia día y noche durante una semana para vigilar el domicilio. Finalmente, una vez confirmadas las sospechas, el 24 de julio de 1929 se procedió a la captura.

Después de recibir la orden de proceder, los tres agentes ingresaron de inmediato a una vecindad en su búsqueda. Sin embargo, al parecer Luis ya se había percatado de la presencia de los uniformados y se escondió debajo de unas láminas acanaladas de un toldo. No obstante, los agentes rápidamente dieron con su escondite. Luis no se iba a dejar intimidar por tres policías, y en cuanto intentaron sacarlo, se les fue a golpes. Rápidamente, los agentes tuvieron que responder a su agresión, ablandándolo a macanazos hasta que lograron someterlo.

Existe una versión que asegura que Luis Romero no opuso resistencia, y otra más menciona que, en el momento de su captura, se encontraba bebiendo plácidamente un litro de pulque. Junto con Luis Romero, fue detenido "el mayor de caballería" Juan Corral Olguín, de las fuerzas del General Domingo Arrieta de Durango, quien resultó ser tío de una ex amante del hermano de Luis, el joven Francisco Romero Carrasco. Este sujeto inicialmente mencionó que la casa era de su propiedad, pero luego dijo que no era suya, sino de su hermana, y que desconocía qué Luis Romero hubiera cometido esos asesinatos.

También fue detenida la portera de la vecindad, quien al momento de ser aprehendida no quiso dar ninguna declaración, aunque la policía tenía la esperanza de que pudiera proporcionar mucha información importante. La noticia corrió rápidamente como la pólvora, y en la radio ya se comentaba la posible captura del supuesto asesino de la calle de Matamoros, que el ingenio popular ya había rebautizado con el nombre de "Calle de Mata Loros".

Una publicación del periódico “El Tucsonense” del 25 de Julio de 1929, mencionaba textualmente lo siguiente:

“Luis Romero Carrasco fue recapturado”.

“La policía anuncia que un alto jefe militar aparece implicado en la fuga de este célebre asesino."

Inmediatamente y con toda clase de precauciones, fueron trasladados a la jefatura de policía Luis Romero, Juan Corral y la portera. Después, en las indagatorias, se logró saber que "el mayor" Juan Corral y Luis Romero solamente eran amigos, y que juntos habían llegado a fumar marihuana, pero Juan Corral no sabía nada de los asesinatos. De modo que, a los pocos días, fue puesto en libertad, al igual que la portera de la vecindad.

En un titular del periódico “Excélsior” del 25 de Julio de 1929, mencionaba lo siguiente:

“Luis Romero Carrasco, preso. Cayó como fiera acorralada”,

Ya para el 27 de julio de 1929, Luis Romero se encontraba incomunicado en el "Palacio Negro de Lecumberri", específicamente en la crujía "C", celda 46, sin compañero de celda y bajo una estricta vigilancia.

En días posteriores, Luis Romero fue llevado ante el juez instructor del proceso, Ramiro Estrada, para ser interrogado sobre el cuádruple asesinato. Sin embargo, como era su costumbre, cambió su versión de los hechos una vez más, dificultando la investigación.

Y como era de esperarse, en esa ocasión también dio otra versión, ahora afirmó lo siguiente:

—Miré, señor juez, la verdad es que el día de los asesinatos sí conté con la ayuda de dos conocidos míos, "El Medialuna" y "El Bailarín", aunque desconozco sus nombres y apellidos, pero otros amigos que frecuentan la academia de baile "La Hebe" le pueden dar información.

—¿La conoce, verdad?, —¿No me va a decir que nunca ha visitado ese lugar?

El juez Ramiro Estrada, que llevaba un estilo de vida muy austero, se sobresaltó ante tal cuestionamiento y solo se limitó a contestarle.

—No señor, qué va.

El doctor Gregorio Oneto Barenque mencionó en alguna ocasión cómo había sido la niñez de Luis Romero.

—Se crió en ambientes sórdidos, ya que su padre y su tío eran propietarios de establecimientos como pulquerías, cabarets, academias y salones de baile, lugares que no eran propios para personas decentes, donde siempre estuvo en contacto con borrachos, drogadictos, delincuentes y prostitutas.

Como para Luis era muy común visitar estos lugares, asumió que el juez Ramiro Estrada también los frecuentaba.

El doctor Salazar Viniegra diagnosticó a Luis Romero con "demencia precoz ética". Según él, la marihuana no jugó ningún papel en sus crímenes, ya que además pertenecía a un grupo bohemio que no mostró reacciones antisociales ni manifestaciones esquizofrénicas.

Por otro lado, el doctor Gregorio Oneto Barenque lo había estudiado durante cuatro meses y mencionó que Luis había sido fumador habitual de marihuana desde los 14 años. Por lo tanto, concluyó que las características singulares de su temperamento, la forma tortuosa de su carácter y los impulsos delictivos se debían a su consumo de marihuana.

Sostuvo que la marihuana puede causar enajenación mental hasta que se demuestre lo contrario, y que los trastornos causados por su consumo son permanentes y pueden terminar en el manicomio.

Pero en los estudios realizados por el doctor Salazar Viniegra, había encontrado en su práctica nosocomial que individuos que habían fumado marihuana durante 30 años no desarrollaban trastornos mentales. Sin embargo, no excluía que otros individuos que habían consumido marihuana durante pocos meses sí presentaran trastornos.

Por otro lado, el doctor Gregorio Oneto Barenque mencionaba que la asociación de la marihuana con heroína provocaba "eretismo sexual", un estado caracterizado por un orgasmo acompañado de deseos de copular, coito o masturbación.

"El eretismo sexual es un estado de excitación sexual extrema o irritabilidad", mientras que "el erotismo es la capacidad que tenemos los seres humanos de sentir y provocar deseo y placer sexual".










"La Fiera Humana".

Capítulo 7

¡Luis Romero, se fuga de la “Cárcel de Belén”!

Volviendo al interrogatorio, Luis Romero se contradeció nuevamente, asegurando que "El Medialuna" y "El Bailarín" no habían sido sus cómplices, sino que en realidad habían sido otros dos individuos, de los cuales sí proporcionó sus nombres y apellidos para su localización. En los días siguientes, la policía inició la búsqueda de estos dos nuevos implicados en los asesinatos, contando con la valiosa colaboración de Francisco Romero Carrasco, hermano de Luis.

En un titular del periódico “El Universal” del 8 de mayo de 1929, mencionaba lo siguiente:

“Luis Romero Carrasco, el asesino, asegura haber tenido varios cómplices en su crimen”

Aunque esta nueva versión de los hechos podría modificar el proceso que ya se llevaba en contra de Luis, el juez Ramiro Estrada estableció igualmente como fecha para el juicio el 6 de agosto de 1929.

Cuando le preguntaron:

—¿Cómo lograste fugarte de la celda en la "Cárcel de Belén"?

Era más que obvio que no iba a delatar a quienes lo habían ayudado a fugarse, por lo que para encubrirlos dijo lo siguiente:

—Logré salir utilizando una alcayata que quité de la pared, con la que abrí el candado de mi celda. Luego encontré una tabla y la coloqué en mi camastro, cubriéndola con mi cobija para que, cuando los vigilantes hicieran su rondín, pareciera que yo estaba dormido. Después, salí caminando por la puerta principal.

A raíz de esto, "el general" Luciano Peralta, jefe de la prisión, indicó que había sospechas de cohecho por parte de los vigilantes.

Ya para el 29 de julio de 1929, la policía había logrado capturar a Luis Mares, alias "Linares", de 19 años de edad, quien fue detenido en el barrio de Santa Julia. Mares mencionó ser originario de Silao, Guanajuato, y que su oficio era el de electricista. Fue capturado por la "Policía Judicial" y llevado de inmediato a la prisión preventiva de "Lecumberri", donde le fue entregada su nueva indumentaria de presidiario.

También fue interrogado por el juez Ramiro Estrada, quien le preguntó si conocía a Luis Romero, y esto fue lo que contestó:

-Sí lo conozco, ya que ambos frecuentábamos academias y salones de baile. Yo lo conocí a través de su hermano Francisco Romero, con quien trabajé como traspaleador en la elaboración de pulque.

-En una ocasión, a finales de marzo, fuimos a bailar y Luis me propuso participar en un robo en el que ganaría una buena suma de dinero. Me dijo que se trataba de algo muy sencillo, solo teníamos que robarle dinero a su tío, el señor Félix Tito Basurto. Yo acepté porque me encontraba muy pobre.

Cabe mencionar que inicialmente declaró tener 23 años de edad, aunque posteriormente se comprobó que apenas iba a cumplir los 19. Además, agregó que el apodo de "Linares" se lo habían puesto los hermanos Romero Carrasco.

Después de concluido el interrogatorio, se comparó su relato de los hechos con el de Luis Romero y no se parecían en nada. Sin embargo, lo que sí compartían era la forma cínica en que narraban los eventos, sin mostrar el más mínimo remordimiento o arrepentimiento por sus crímenes. Además, había otras similitudes entre ellos, como su afición al alcohol, la marihuana, las prostitutas, el baile y el dinero ajeno.

También confesó que, en compañía de otro cómplice, habían golpeado a las dos sirvientas con el tubo, pero que Luis había sido quien las remató con el puñal, y que también había asesinado a la señora Jovita Velasco y al señor Félix Tito Basurto.

Por fortuna, el 30 de julio de 1929, había sido capturado el segundo cómplice de Luis Romero, el joven Baldomero Tovar Miranda, alias "El Güero", también de 19 años de edad, nacido en el Distrito Federal y de oficio operario. Fue capturado por la "Policía Judicial" a las 13:00 horas.

En ese momento, confesó ser coautor del asesinato del pulquero Tito Basurto y admitió haber sido él quien remató a la señora Jovita Velasco, así como a las dos sirvientas. De inmediato fue trasladado a la prisión preventiva de "Lecumberri", donde le entregaron su uniforme a rayas, igual que a Luis Romero y Luis Mares.

Posteriormente, el juez Ramiro Estrada lo interrogó, al igual que a los otros dos delincuentes. En su declaración, cambió totalmente su versión de los hechos y se deslindó de cualquier responsabilidad, declarando lo siguiente:

—En realidad tengo poco tiempo de conocer a Luis Romero, nos conocimos en una de las pulquerías de su padre, no somos amigos, solo conocidos, nos reunimos ocasionalmente en los salones de baile para “chulear a las gatas”.

—Yo desconocía por completo los planes que tenían Luis Romero y Luis Mares, la madrugada del día de los asesinatos, pasaron a mi casa y con engaños me llevaron a la calle de Matamoros.

—Después durante el trayecto me fueron contando que le robarían dinero al tío de Luis, que si los ayudaba vigilando la puerta me darían parte del botín, nunca me imaginé que asesinarían a alguien, al darme cuenta de lo que estaba sucediendo decidí huir, pero Luis Romero me lo impidió amenazándome.

En un titular del periódico Excélsior del 31 de Julio de 1929, mencionaba lo siguiente:

“El cómplice de Luis Romero es un gran cínico”.

En otro titular del periódico “Excélsior” del 1 de agosto de 1929, mencionaba lo siguiente:

“El trágico Güero Tovar en poder de la justicia”.

Cabe mencionar que, gracias a la colaboración de Francisco Romero Carrasco, la policía había logrado capturar a los dos cómplices de su hermano Luis Romero. El día 2 de agosto de 1929, finalmente se llevó a cabo el careo por parte del juez primero de instrucción, el licenciado Ramiro Estrada.

Los tres criminales tenían un aspecto terrible, como fieras enjauladas se lanzaban miradas horribles, como si se estuvieran amenazando. En un primer momento, se careó a Baldomero Tovar con Luis Mares, y posteriormente a ambos con Luis Romero, quienes lo acusaban de haber cometido los asesinatos. Por su parte, Luis Romero, en su declaración, trató de desvanecer los cargos que le habían hecho sus cómplices, diciendo lo siguiente:

—Miré señor juez, yo no fui el único que asesinó a mis tíos y a las dos sirvientas, los tres somos igualmente culpables.

Enseguida, Luis Mares rápidamente se puso de pie y encarándolo le dijo:

—No te hagas Luis, tú solo fuiste el que los asesinó, nosotros solamente te acompañamos a robar.

En su defensa, Luis Romero le preguntó al juez lo siguiente:

—Señor juez, usted cree que yo hubiera sido capaz de obrar como verdadera fiera, así como me acusan estos dos asesinos.

De inmediato lo interrumpió Luis Mares, diciéndole:

—¡No te rajes, di la verdad y no tengas miedo, ahora que te ves cerca del paredón en donde te fusilarán!

Por su parte, Baldomero Tovar no tuvo más remedio que aceptar que sí había participado en los asesinatos, mencionando que, junto con Luis Mares, habían golpeado a las dos empleadas. Sin embargo, Luis Romero también inculpaba a Luis Mares de haber asesinado a su tía, la señora Jovita Velasco. Todo aquello era muy confuso, ya que declaraban una cosa y al poco tiempo se contradecían a sí mismos.

Por último, Luis Romero solicitó al juez que evitara la asistencia de periodistas y fotógrafos a las audiencias, ya que estos publicaban fotografías de él todos los días en los diarios capitalinos, calificándolo de asesino, un término que él consideraba que no merecía.

¡Por fin!, tras muchas horas de tensión y nerviosismo, había terminado el careo, ratificándose las tres declaraciones que previamente habían rendido.

Acto seguido, Luis Mares y Baldomero Tovar fueron trasladados nuevamente a la "Cárcel de Belén", donde fueron encerrados en sus respectivas celdas. De igual forma, Luis Romero fue trasladado a su celda en la Penitenciaría del "Palacio Negro de Lecumberri".

Entre tanto, la prensa denominó a los tres delincuentes como, “Los tres ases del puñal” o “La trilogía de matoides”.

En un titular del periódico “Excélsior” del 2 de agosto de 1929, mencionaba lo siguiente:

“Fueron ya careados los cómplices de la fiera”

Ya cerrado el proceso de instrucción, el licenciado Ignacio Bustos, juez presidente de debates, determinó que el juicio contra Luis Romero se llevaría a cabo en la fecha señalada por el juez Ramiro Estrada. Además, se estableció que el proceso de Luis Mares y Baldomero Tovar se realizaría por separado, con Luis Romero actuando como testigo coautor en este proceso.

Para sorpresa de todos, y especialmente del propio Luis Romero, días antes del juicio, el licenciado Querido Moheno presentó su renuncia como su abogado, alegando motivos de salud.

El día 5 de agosto de 1929, se llevó a cabo el proceso de "insaculación del jurado".

La diligencia consistía en elegir por sorteo a trece personas para integrar el "jurado popular", que se conformaría por once "jueces de hecho" y dos suplentes.

Todo esto se basaba en una lista que podía variar en número de integrantes, pero que generalmente estaba compuesta por cincuenta personas, la cual era elaborada por el Ayuntamiento. En esta lista se incluían a los mexicanos por nacimiento mayores de 25 años, que supieran leer y escribir, no hubieran sido condenados en juicio por delitos del orden común, no fueran tahúres o ebrios consuetudinarios, ni ocuparan cargos públicos o tuvieran una ocupación que les impidiera asistir a la audiencia sin perder su jornal o sueldo necesario para su subsistencia.

De los cincuenta nombres, cada uno estaba asociado a un número y a una bola correspondiente. Estas bolas se introducían en un globo giratorio, y luego el acusado, Luis Romero, extraía once de ellas. Los primeros once números extraídos conformarían el jurado, mientras que los dos restantes serían designados como suplentes.

Como era de esperar, Luis Romero se negó categóricamente a asistir, por lo que su hermano, Francisco Romero, tuvo que hacerse cargo de extraer los nombres de los jurados.

Considerado por muchos como el "juicio del año", despertó un gran interés entre los ciudadanos de todas las clases sociales. Se llegó a afirmar que, de haberse repartido boletos a todos los interesados, el recinto se habría llenado veinte veces, pero esta cifra parecía ser una subestimación, ya que en realidad eran miles las personas que deseaban asistir al juicio.

En un titular del periódico “Excélsior” del 5 de agosto de 1929, mencionaba lo siguiente:

“Miles de solicitudes de boletos para el jurado de mañana de Romero Carrasco”.










"La Fiera Humana".

Capítulo 8

¡Luis Romero es llevado a juicio!

Finalmente, llegó la fecha señalada el 6 de agosto de 1929. Todo estaba listo para el juicio en el juzgado de la "Cárcel General de Belén". Fuera del recinto, cientos de personas aguardaban ansiosas por conocer al presunto asesino, al que muchos llamaban "el monstruo". La expectación era tan grande que incluso hubo que cerrar algunas calles adyacentes.

El reloj marcaba el mediodía y el sol estaba en su punto más alto. La gente, ya desesperada, se preguntaba cuándo llegarían. De repente, a lo lejos se veían y se escuchaban las sirenas de varias patrullas, que efectivamente transportaban al multihomicida tan esperado.

Rápidamente, las personas comenzaron a acercarse para verlo de cerca. Los policías, que habían previsto esta situación, se apresuraron a proteger al multihomicida de la muchedumbre enardecida que deseaba lincharlo, al mismo tiempo que abrían paso para que ingresara al recinto.

De inmediato, varios policías descendieron de las patrullas y escoltaron a Luis Romero, quien iba vestido como si fuera a una fiesta de barrio. Incluso, se detuvo a posar para las cámaras de los fotógrafos, comportándose como si fuera una celebridad llegando a una gala.

Sin perder más tiempo, entraron caminando hacia el "Salón de Jurados", que estaba abarrotado de gente. En cuanto pusieron un pie en el recinto, los presentes comenzaron a gritarle consignas en su contra.

Los agentes de policía escoltaron a Luis Romero directamente hasta una banca, donde se sentaría junto a los demás sospechosos, mirando de frente a los agentes del "Ministerio Público". Mientras tanto, arriba del estrado, el juez Ignacio Bustos presidía el salón. Por parte del "Ministerio Público" estaban presentes los licenciados Luis G. Corona y Juan López Moctezuma. A los costados se encontraban varios secretarios, fiscales, el taquígrafo en su escritorio con legajos, tintero y campanilla. En uno de los pasillos, los reporteros estaban listos con libreta y pluma en mano, mientras que los fotógrafos enfocaban sus cámaras hacia los detenidos.

El juicio inició con la designación de dos defensores de oficio para Luis Romero, aunque él ya contaba con varios abogados de paga. El licenciado Querido Moheno había sido reemplazado por el licenciado José Perdomo, quien a su vez había elegido al licenciado José Gutiérrez Vázquez y a Adalberto Martínez Jáuregui como parte de su equipo de defensa.

El licenciado José Gutiérrez tomó la palabra y solicitó la suspensión del juicio, argumentando que era necesario esperar a que los cómplices fueran llevados a juicio. Sin embargo, era evidente que la defensa buscaba ganar tiempo con esta solicitud.

Pero el juez denegó de inmediato la petición, argumentando que los cómplices habían sido identificados después de que se cerrara el proceso de instrucción contra Luis Romero, por lo que sus procesos eran independientes y no afectaban el juicio en curso.

Mientras tanto, los defensores de oficio decidieron retirarse del caso, ya que la presencia de abogados de paga contratados por Luis Romero hacía innecesaria su participación en el proceso.

Una vez que el juez Ignacio Bustos dio inicio a la sesión, el primer testigo en ser interrogado por el "Ministerio Público" fue el joven Tomás Mejía, quien trabajaba como jicarero en "La Aduana del Pulque", un expendio pulquero propiedad del señor Tito Basurto. Posteriormente, fue interrogada la hermana de Tito Basurto, la señora Guadalupe Basurto.

El ambiente en el recinto era extremadamente tenso. El calor era sofocante y las voces se elevaban por todos lados. El constante repiqueteo de las máquinas de escribir y las acusaciones que se lanzaban entre la gente creaban un clima de gran agitación.

El siguiente en ser interrogado fue el joven Pedro Hidalgo, sobrino de la señora Jovita Velasco, concubina del señor Tito Basurto. Después de interrogar a estos tres testigos, el juez no encontró evidencia suficiente para implicarlos en el multihomicidio.

Mientras tanto, en toda la ciudad, las personas que tenían un radio escuchaban con gran atención los detalles del aterrador caso, paso a paso. Ahora era el turno de interrogar a Luis Romero Carrasco. Rápidamente, un fiscal tomó la palabra y comenzó a hacerle un sinfín de preguntas, bombardeándolo con interrogantes.

-¡A ver, Luis, díganos! -¿Por qué los mató? -¿Dónde están las joyas robadas? -¿Qué hiciste con los $2,237 pesos que te llevaste? -¿Por qué privaste de la vida a tus tíos y a las sirvientas?

A lo que Luis Romero con una mirada desafiante se concretó a decir.

—¿Qué? —No me robé nada. —No fui yo. —¡Fueron los rateros!

Al instante, los presentes se volcaron en su contra, gritándole insultos e improperios de todo tipo.

-¡No te hagas pendejo, hijo de la chingada! -¡Ten huevos y acepta que tú los mataste!

En ese momento, Luis sintió una fuerte presión. Se le veía muy nervioso, con el sudor escurriéndose por su frente, las manos temblando y su párpado izquierdo brincando incesantemente. El escándalo era tal que el juez se vio obligado a tocar la campanilla y, con un fuerte grito, restauró el orden en el recinto.

Rápidamente, uno de los secretarios se acercó al juez para entregarle un sobre enviado por el departamento de dactiloscopía. El sobre contenía los resultados de las huellas digitales encontradas en el tubo y el cuchillo en la escena del crimen. Según el documento, las huellas coincidían en 14 puntos con los dedos anular e índice derechos de Luis Romero. Estas habían sido previamente cotejadas con los registros existentes de él, obtenidos durante su primera estancia en la "Cárcel General de Belén".

Mientras tanto, uno de los fiscales que había tomado la palabra se acercó a Luis Romero, se paró frente a él y le dijo directamente a la cara:

—¿Por qué mató a su tío? —¡CONTESTE! —le gritó con fuerza.

Luis, intentando fingir que no sabía de qué le estaban hablando, se limitó a responder:

—No sé de qué me habla.

Rápidamente, uno de los magistrados se puso de pie y le gritó:

-¡NO MIENTA, SEÑOR ROMERO! La evidencia científica es clara, las huellas encontradas en las armas son suyas.

En ese momento, Luis se sintió acorralado, ya que lo habían descubierto y era inútil seguir mintiendo. Además, su comportamiento lo delataba, ya que comenzó a tartamudear. Por fin, se quebró y comenzó a llorar, confesando que había planeado el robo junto con Luis Mares Sánchez y Baldomero Tovar Miranda. El estrés extremo lo llevó a agarrarse la cabeza con ambas manos, apretarse los cabellos y taparse la cara. En pocas palabras, Luis ya no tenía escapatoria, ¡estaba perdido! De repente, se puso de pie y gritó:

-¡NUNCA QUISE ROBARLES! -¡Tomé el dinero y las alhajas para simular un robo, pero nunca tuve la intención de hacerles daño, no quería matarlos!

Con lágrimas en los ojos, dijo lo siguiente:

-¡Quiero pedirle perdón, señor juez, quiero pedir perdón a la sociedad, quiero pedirle perdón a mi madre.

La señora Juana Carrasco, madre de Luis Romero, no aguantó más y estalló en llanto, arrodillándose. Sin embargo, el que pediera perdón y el llanto de su madre de rodillas no conmovieron a los presentes, quienes comenzaron a pedir la pena máxima, es decir, la pena de muerte.

-¡FUSÍLENLO, ASESINO, ASESINO, ASESINO!

Acto seguido, Luis Romero se puso de pie y gritó:

-¡TODO LO HICE POR MI PADRE!, ¡MI TÍO LO MALTRATABA SIEMPRE Y LE EXIGÍA HASTA EL ÚLTIMO CENTAVO!, LO TRATABA COMO A UN ESCLAVO¡, !A MÍ NO ME BAJABA DE MARIHUANO Y HARAGÁN¡, !POR ESO FRAGÜE EL CRIMEN!

-¡LAS SIRVIENTAS Y MI TÍA ME DESCUBRIERON¡, !FUERON TESTIGOS Y POR ESO LAS TUVE QUE MATAR!

El padre de Luis Romero, el señor Atenógenes Romero, que también se encontraba presente, al escuchar esas contundentes revelaciones, no soportó más y estalló en llanto.

De igual manera, la multitud seguía gritando en coro:

-¡ASESINO¡, !ASESINO¡, !ASESINO!

Luis Romero, sintiéndose agredido por los gritos, no se amilanó. Por el contrario, se puso de pie y comenzó a gritarle a la gente, al juez, a los fiscales y al mismo jurado.

-¡CHINGUEN A SU MADRE, HIJOS DE LA CHINGADA, BOLA DE MARICAS, LES FALTAN HUEVOS!

La multitud embravecida respondió de la misma manera; la rechifla y las mentadas de madre no se hicieron esperar. Rápidamente, varios policías lo sometieron, ya que la situación se había salido de control. De este modo, el juez Bustos tuvo que tocar la campanilla para pedir silencio en la sala. Mientras tanto, a Luis Romero lo tuvieron que llevar a uno de los separos para poder seguir con el juicio.

Todo esto era aprovechado por los principales periódicos para vender como pan caliente sus ejemplares, resaltando de manera amarillista el cinismo con que Luis Romero había narrado sus actos, plasmándolos así.

“Hablaba con fiereza, como si mostrara los colmillos”.

Esta descripción fantasiosa hacía parecer que describieran a una fiera salvaje convertida en un criminal sádico, en lugar de un ser humano. En general, “La Prensa” lo consideraba un degenerado y un adicto a la marihuana.










"La Fiera Humana".

Capítulo 9

¡El fin de Luis Romero Carrasco y el de sus cómplices está cerca!

A finales de noviembre de 1929, ocurrió algo relevante, el licenciado Querido Moheno decidió dejar de representar a Luis Romero. Mientras tanto, el licenciado José Perdomo estaba muy molesto con la familia Romero, ya que se negaban a pagarle sus honorarios, lo que lo llevó a demandarlos.

Y la verdad es que, para ser abogados de renombre, en realidad no habían logrado absolutamente nada, seguramente por eso no les querían pagar sus honorarios. Dada esta situación, el joven Florencio Romero hermano de Luis, había tomado la decisión de ser su nuevo defensor, y por difícil que parezca de creer, lograba más que todos los ineptos abogados de renombre que lo habían representado.

Lo primero que hizo, fue darle la solicitud de petición de indulto presidencial a su hermano, para que la firmara y se enviara lo antes posible. Pero por desgracia, la respuesta no tardó en llegar, el día 9 de diciembre de 1929, el presidente Portes Gil le había negado el indulto.

Pero Florencio Romero no se doblegaba tan fácilmente; aún tenía un as bajo la manga. Existía un amparo interpuesto ante el juez cuarto de distrito que estaba por resolverse, gracias a lo cual no podía llevarse a cabo el fusilamiento. Esto era muy importante porque, si se ganaba tiempo, ya no podría ser fusilado debido a la abolición de la pena de muerte. En los medios legales, a esto se le llamaba “chicanear el asunto”. Incluso, en alguna ocasión, uno de sus abogados le aconsejó a Luis Romero que se volviera a fugar de la prisión, así ganarían más tiempo.

Mientras tanto, las cosas para Luis Mares y Baldomero Tovar tampoco pintaban nada bien, ya que el agente del Ministerio Público, Martín Gómez Palacio, no estaba de acuerdo en darles una condena de 20 años en las Islas Marías. Él consideraba que eran culpables de haber asesinado a la señora Jovita Velasco, a la anciana Luz Laguna y a la niña María de Jesús Miranda, con los calificativos de alevosía y ventaja, por lo que solicitó la pena de muerte para ambos asesinos.

A su vez, los licenciados Leonardo Arizmendi, defensor de Luis Mares, y Óscar Menéndez, defensor de Baldomero Tovar, al parecer tampoco habían servido de mucho, ya que lo único que se les ocurrió fue intentar atenuar los delitos de los que se les acusaban.

La interrogante sería, ¿cómo pensaban lograr eso? En el caso del defensor de Luis Mares, argumentó que su cliente había actuado bajo presión o fuerza moral irresistible. Ante esta situación, el agente del Ministerio Público, Martín Gómez Palacio, interrogó a Luis Mares preguntándole si lo que argumentaba su abogado era cierto, a lo que él respondió de inmediato que no.

En cambio, el defensor de Baldomero Tovar intentó demostrar que las conclusiones del agente del Ministerio Público respecto a la actuación de su cliente eran inadmisibles. En pocas palabras, ninguna de estas estrategias habría servido de algo, salvo para evidenciar el nivel de ineptitud de ambos abogados.

Por fin, el último juicio en contra de la "trilogía de matoides", como los calificó "La Prensa" de la época, se llevó a cabo el día 2 de diciembre de 1929, también en el "Salón de Jurados" de la cárcel de Belén. Aunque en realidad solo serían juzgados de manera conjunta Luis Mares y Baldomero Tovar, acusados por el agente del Ministerio Público como coautores de los asesinatos, mientras que Luis Romero solo actuaría como testigo.

En su declaración inicial, ambos manifestaron haber consumido marihuana la madrugada del crimen. Además, reiteraron que el día de los asesinatos ellos solo habían golpeado a las empleadas, y que había sido Luis Romero quien había apuñalado al señor Tito Basurto y a la señora Jovita Velasco. Sin embargo, Luis Romero tenía otra versión; él seguía insistiendo en que Luis Mares había asesinado a la señora Jovita y que le había ayudado a matar al señor Tito.

Pasaban las horas y el fin del juicio se acercaba. Los miembros del jurado ya se habían retirado para deliberar, y se vivían momentos de angustia. Los acusados ya se sentían fastidiados y querían que todo terminara de una vez por todas. Cuando por fin se entregó al juez Ángel Escalante el veredicto condenatorio, en el último momento se reunió en privado con sus secretarios para discutir la pena que debería imponer a Luis Mares y Baldomero Tovar.

Esto se debió a una controversia surgida debido a que, según el "Código Penal de 1871" que aún seguía vigente, deberían ser condenados a muerte. Sin embargo, como ya estaba próxima a entrar en vigor la nueva ley que aboliría la pena de muerte, cabía la posibilidad de conmutarla por una pena de 20 años.

Finalmente, deliberaron y optaron por la condena de 20 años de prisión en la colonia penal, o sea en "Las Islas Marías". De esta manera, se ajustarían a lo establecido en el nuevo Código Penal, que asignaba ese castigo a los criminales natos o incorregibles.

Al escuchar la decisión del juez, Luis Mares y Baldomero Tovar se sintieron aliviados, ya que la sola idea de perder la vida fusilados no les permitía dormir. Además, estar recluidos en "Las Islas Marías" tenía sus ventajas, ya que al ser una colonia penal, podrían estar libres durante el día y solo dormir en una celda por la noche. Otra ventaja más era que cabía la posibilidad de reducir su condena a la mitad si se ponían a trabajar y mantenían buena conducta.

Al parecer, la suerte le sonreía al par de asesinos, aunque no se podía decir lo mismo de Luis Romero, ya que el día 7 de diciembre de 1929, el juez cuarto de distrito negó su amparo, de modo que ya no había impedimento para que lo fusilaran.

Pero su hermano, el joven Florencio Romero, que ahora fungía como su defensor, de manera muy audaz interpuso otro amparo, esta vez en el juzgado sexto. La idea era seguir ganando tiempo para que entrara en vigor la nueva ley que abolía la pena de muerte, y de esa manera evitar que Luis fuera fusilado.

Y por fortuna, el día 4 de febrero de 1930, les fue notificado que habían obtenido el amparo, por lo que el fusilamiento de Luis Romero quedaba aplazado por tiempo indefinido. Ahora sí, su salvación parecía inminente.

La figura jurídica del "Jurado Popular", que había permitido a la ciudadanía participar en juicios durante 60 años, desapareció tras el juicio de Luis Mares y Baldomero Tovar.

En un titular del periódico “El Universal” del 3 de diciembre de 1929, mencionaba lo siguiente:

“El escándalo del último jurado”.

"La Fiera Humana" se había anotado una victoria, había logrado lo impensable. Su pena se había conmutado por 20 años en la colonia penal de "Las Islas Marías", donde se volvería a reunir con sus cómplices, Luis Mares y Baldomero Tovar.

Ahora, "El Trío de Matoides" tenía la posibilidad de reducir su condena a 10 años, siempre y cuando trabajaran y mantuvieran buena conducta.

Esto había indignado a la sociedad mexicana, que sentía que las autoridades protegían una vez más a los delincuentes, en lugar de defender a la ciudadanía.

Y sumada a esta indignación, diez reos más que habían sido condenados a muerte obtuvieron también este beneficio, de modo que, si se portaban bien y trabajaban, en 10 años estarían libres, lo que generaba temor de que pudieran cometer más asesinatos.

Después de esta gran victoria para Luis Romero, ya no se le veía tan preocupado como tiempo atrás. Aunque seguía preso en "Lecumberri" con la cabeza rapada y su uniforme a rayas, ahora se le veía muy aliviado, sonriente, leyendo plácidamente el periódico, muy seguro de sí mismo, convencido de que la justicia le había sido favorable. Además, muy pronto se reuniría con sus secuaces.

Como se sentía perteneciente a la alta sociedad, no se iba a juntar con cualquier persona de baja condición, por eso frecuentaba al pintor David Alfaro Siqueiros, quien también se encontraba recluido. En una ocasión, cuando el periodista Julio Scherer lo entrevistó, Siqueiros mencionó lo siguiente:

—Luis Romero era un joven muy inteligente, aprendía rápido las cosas, y como era bien parecido, no pocas mujeres acudían a la penitenciaría para verlo, aunque fuera de lejos.

Por esta misma razón, la autoridad encargada de todos los sentenciados, "Prevención Social", estimó prudente enviar a Luis Romero lo antes posible a "Las Islas Marías", debido al gran descontento de muchos que lo querían ver muerto.

Era una práctica muy común que dentro de "Lecumberri" asesinaran a un recluso, ya sea por órdenes del director, quien recibía una cierta cantidad de dinero de algún familiar que buscara venganza, o simplemente por una "orden de arriba" para eliminar a alguien que les estorbaba. Para esto, se contaba con varios reclusos acusados de homicidio, que hacían las veces de matones del director. Podían asesinar de diversas maneras, con golpes para que sufriera, a puñaladas, picándolos o ahorcándolos en su propia celda. Luego, amanecerían colgados con un alambre y se argumentaría que, no pudiendo soportar la presión de estar encerrados, habían optado por el suicidio.

También podría darse el caso de que se contratara a un pagador, un recluso condenado a cadena perpetua, que cobraría una cantidad menor o podría ser pagada con drogas. La forma de operar sería a plena luz del día, frente a varios reclusos y celadores que servirían de testigos. Al cometer el asesinato, el pagador se quedaría parado para que lo sometieran y esposaran, lo que daría lugar a otro proceso judicial, que en realidad no tendría consecuencias para él.

Por todo esto, las probabilidades de que Luis Romero fuera asesinado o lograra escapar, sobornando a celadores y reclusos, eran muy altas.










"La Fiera Humana".

Capítulo 10

Luis Romero Carrasco fue trasladado a "Las Islas Marías".


Finalmente, en la madrugada del 18 de marzo de 1932, de manera muy discreta, se llevó a cabo un traslado de reos a "Las Islas Marías" sin dar aviso previo a la prensa ni a la población en general. En este traslado, Luis Romero era transportado en un convoy especial, bajo la vigilancia del jefe de la escolta, el coronel Juan Vega Silva.

Esta noticia lo tomó por sorpresa, pero era algo que ya ansiaba. Estar encerrado en una celda tan pequeña en "Lecumberri" lo tenía desesperado y deprimido. Ya se había hecho a la idea de que estaría prácticamente libre en la colonia penal y solo era cuestión de portarse bien y trabajar unos diez años para que lo dejaran libre. Creía que así habría pagado su deuda con la sociedad y nadie podría reprocharle nada. Además, se reuniría de nuevo con sus secuaces Linares Mares y Baldomero Tovar.

Ya en el trayecto del viaje, los reos dormían plácidamente en el enorme contenedor de hierro, cuando de pronto sintieron que el tren comenzaba a detenerse. Seguido de esto, se escuchó el sonido de la puerta abriéndose abruptamente, resultando ser los militares que los escoltaban.

Al entrar, comenzaron a conversar sobre temas intrascendentes con algunos de los reos. Posteriormente, uno de ellos se volteó y gritó:

-¡SEÑOR ROMERO CARRASCO!,¡ACÉRQUESE!

Luis Romero, aún adormilado, no sabía qué estaba pasando. Se paró y, al acercarse, lo tomaron del brazo y lo bajaron del vagón. Aún era de madrugada, con un cielo estrellado, y se encontraban en medio de la nada, en un paraje desolado del Estado de Hidalgo.

Uno de los militares le ofreció un cigarrillo. Sin decir nada, Luis Romero lo aceptó. Apenas había dado unas cuantas fumadas cuando se lo arrebató de la boca y le gritó:

-¡CORRA ROMERO!, ¡CORRA!

Luis Romero desconcertado le preguntó:

—¿Por qué?, —¿A dónde?, —¡CORRA, HIJO DE LA CHINGADA! —le gritó el militar.

En realidad, Luis Romero no entendía qué estaba sucediendo, pero aprovechó el momento y salió corriendo sin rumbo, aún con las esposas puestas. Los militares se echaron a reír y enseguida dispararon. Rápidamente, Luis cayó al suelo retorciéndose y quejándose. Al acercarse, los militares aún pudieron escuchar que les decía en voz baja.

—¡Ayúdenme!, ¡Ayúdenme, por favor!

Uno de ellos tomó su arma, le apuntó a la cabeza y le dijo:

—¡Cállate, hijo de la chingada!

Rematándolo de un tiro a quemarropa, después de eso ya no se movió, quedando con los ojos semiabiertos y con algo de sangre en el rostro. Luis nunca se imaginó que la sentencia de muerte se había cumplido, aunque de forma diferente, ya que le habían aplicado "La ley fuga".

Esta práctica fue, y probablemente sigue siendo utilizada, para desaparecer a personas que burlan a la justicia, al estar protegidas por jueces, magistrados y ministros corruptos, quienes permiten que criminales queden en libertad para seguir delinquiendo.

El informe oficial sobre su deceso no reveló la verdad. En él se mencionaba que, en el tren donde viajaban los presos, Luis Romero ocupaba un convoy especial vigilado por el jefe de la escolta, "el coronel" Juan Vega Silva. Al pasar por Huehuetoca, Luis había pedido que lo llevaran al baño para hacer sus necesidades fisiológicas, ya que ya no aguantaba más.

"El coronel" Juan Vega lo acompañó al baño, pero Luis intentó sorprenderlo adelantándose para cerrarle la puerta y así poder fugarse. "El coronel" ya se imaginaba que algo tramaba, así que le dio alcance y puso el pie en la puerta. En ese instante, Luis sacó de entre sus ropas una chaveta para golpearlo, En ese momento, para repeler el ataque, desenfundó su pistola dándole tres balazos, dos en el tórax y uno en la cabeza cegándole la vida.

Se dijo que esto había sucedido cerca de Tula, en el municipio de Huehuetoca, Estado de México. Aprovechando que pasarían por esta ciudad, los encargados del traslado decidieron enterrarlo en el panteón "El Huerto".

Hoy en día, los restos de Luis Romero Carrasco siguen descansando en ese piazza, en una tumba olvidada por el tiempo desde hace décadas.

Es un hecho que sus padres y hermanos ya fallecieron, y seguramente sus sobrinos, que ni siquiera lo conocieron, no tendrán ningún interés en saber algo sobre su pariente poco conocido.

En su lápida, apenas se distinguen las letras de una inscripción que su madre, la señora Juana Carrasco, mandó a grabar, que reza.

"Ojalá que Dios te perdone".

Fin.



Nota del autor:

La historia de Luis Romero Carrasco, alias "La Fiera Humana", fue un caso estremecedor que conmocionó a la sociedad mexicana posrevolucionaria, que adapté como "novela" basándome en hechos reales. A medida que investigaba sobre este fascinante caso, surgían algunas dudas.

Una de ellas es cuando detienen al sobrino de la señora Jovita Velasco, al joven Pedro Hidalgo, quien estuvo detenido en los separos de la jefatura de policía por varios días. Durante ese tiempo, se le investigó ampliamente y se determinó que no tuvo relación alguna con los asesinatos, por lo que fue puesto en libertad.

¿Cómo es posible que dejaran en libertad a un sospechoso de un cuádruple homicidio, si al realizarle varias pruebas encontraron rastros de "sangre" debajo de sus uñas?

El solo hecho de haberle encontrado "sangre" debería haber encendido todas las alarmas. Además, se contradijo al declarar sobre su paradero el día de los asesinatos, el 17 de abril de 1929, a las 7:30 horas de la mañana.

Con tan solo estos dos hechos, era más que suficiente para investigarlo a fondo, ya que cabía la posibilidad de que tuvieran detenido a un delincuente que había cometido un crimen.

Lo siguiente era el hecho de que se le encontró un papelito en la bolsa del pantalón a Baldomero Tovar, en el que Luis Mares le decía que ya estaban listos los $2000 pesos para su abogado, y que no se fuera a rajar, que del secreto no dijera ni una sola palabra.

Esto implica que la familia Romero Carrasco les había prometido una fuerte suma de dinero a cambio de su silencio, para que no declararan que Francisco Romero, hermano de Luis, estaba implicado en los asesinatos.

Cuando se careó a Francisco Romero con Baldomero Tovar y con Luis Mares, estos declararon que él no estaba implicado.

Y entonces, ¿qué razón de ser tenía el papelito encontrado en poder de Baldomero Tovar?, ¿a qué dos mil pesos se referían?, ¿de qué no se debía rajar?, ¿cuál era ese secreto que no debía contar?

Creo que debieron haberles sacado la verdad, porque ahí se escondía algo que podría haber dado un giro inesperado a las investigaciones.

Aunque tal vez lo mejor era dejar las cosas así, porque ya tenían a los asesinos confesos para cerrar el caso, ya que la presión de la sociedad que clamaba justicia era muy grande.

Y como dice el dicho, "muerto el perro, se acabó la rabia".

Ahora bien, en este caso, la gran decepción fueron los abogados que representaron a Luis Romero, quienes se enfermaban, pedían ayuda a otros abogados, pero no lograban absolutamente nada; de todos, no se hacía uno.

Y, por otro lado, las palmas se las llevó el hermano de Luis Romero, el joven Florencio, quien al tomar el caso para representarlo, logró cambiar el curso de los eventos, de estar condenado a pena de muerte, consiguió ganar tiempo y conmutar su condena a 20 años de prisión en la colonia de las "Islas Marías".

Poniendo en evidencia la enorme ineptitud de muchos abogados, que incluso hasta hoy en día siguen "defendiendo" a personas inocentes que languidecen tras las rejas.

En fin, a pesar de todo, la historia de Luis Romero fue muy interesante.

José Arturo Sarabia Campos.